lunes, 2 de julio de 2012

CUÁNTO CUENTO - VIAJE A LA PLAYA (por Juan, Fer y Livia)


            Juan era una galleta salada de fresas. Era gordito. Tenía ojos de mermelada y amarillos. Su boca era de melocotón y tenía orejas de soplillo. Su padre era una tortita y su madre un crêpe. Los tres vivían en una tarta de ocho pisos con 10 chimeneas por las que salía siempre humo. A Juan le gustaba mucho bañarse en la fondue de chocolate. Juan tenía 11 años. Era bueno de corazón, chistoso, amable, y jugaba bien al futbombón.

            Juan tenía una Napolitana (coche) y su padre un Croisantín (moto), ambos de color regaliz (rojo), pero Juan iba al cole en una barra de pan (autobús). El cole era un roscón de Reyes muy grande y hueco. Juan era bueno en clase, y tenía muchos amigos: Miguel, una galleta salada de chocolate blanco que era capaz de multiplicar mogollón de billones por mogollón de billones, era una galleta buena en Mates, perdón: bueeeeeeeníiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisima; Fer, que era como Miguel, pero Fer era de chocolate negro y un parabalonazos en futbombón. Livia, que era una galleta dulce de mermelada, sacaba notas bueeeeeeeeeeeeeeeníiiiiiiiiiiiiiiiiisimaaaaaaaas. Y Mario, que había sido una galleta pero de pequeñín le pegaron unos puñetazos y ahora era una rosquilla de vainilla.

            Era un día muy caluroso de julio, el primer día de vacaciones de verano. El campo estaba seco, las flores marchitas, y olía a chamusquina. Por la chamuscada acera caminaban Juan, Fer, Miguel, Mario y Livia, con sus camisetas de hielo. Iban a casa de Juan a planear lo que harían en la playa, porque Juan les había invitado a ir con él. Cuando por fin salieron, el maletero de la Napolitana estaba lleno de cubos, palas, etc., incluso llevaban los manguitos de Miguel.

            Iban todos muy contentos cuando, a mitad de camino, hubo un problema, bueno: un graaaaaaaaaaaaaaaaan problema, y es que se les había acabado la chocogasolina y se habían quedado parados en medio de un bosque.

            Los niños estaban asustados y los padres de Juan intentaron calmarlos. Cuando ya estaban todos un poco más tranquilos empezaron a pensar soluciones. Pensaron que podrían esperar hasta que pasara algún coche, pero era un camino muy poco transitado y no pasó ninguno. También se les ocurrió ir andando a una chocogasolinera, pero estaban muy lejos de cualquiera. ¡Estaban atrapados! Y en el bosque de los animales más golosos del mundo, y de las brujas más malvadas: ¡las brujitas de jengibre!

            Las extrañas criaturas del bosque no tardaron en aparecer y empezaron a amenazar a los viajeros con que los iban a mojar en la salsa máaaaaaaaaaaaaaaaaaaas asquerosa del mundo. Intentaron coger a Mario, pero él se movía de tal forma que siempre se colaban por su agujero de rosquilla. A Juan le querían ¡¡quitar los ojos!! Mientras, Miguel saltó encima de los bollitos rellenos de maldad que querían atraparlo. Los bombones-balones habían escogido a Fernando, y se lanzaron contra él con muchíiiiiiiiiiiiiiiiiiiisima fuerza, como si todos ellos fuesen un bombón de futbombón. Fernando los paró todos, todos, ¡todiíiiiiisimos! A Livia la perseguían unos huevos Kinder con calaveritas de juguete dentro… ¡le querían quitar toda su mermelada! pero como ella era muy inteligente y sacaba muy buenas notas, hizo unos cálculos y los esquivó.

            Cada niño hizo su parte y, gracias a ello, al final, lograron derrotar a todas las criaturas, obligando a las brujitas a que les vendieran la chocogasolina de sus escobas. Por fin pudieron llegar a la playa y sobra decir que se lo pasaron… ¡¡SUPERMEGAEXTRABIEN!!