Juan era
una galleta salada de fresas. Era gordito. Tenía ojos de mermelada y amarillos.
Su boca era de melocotón y tenía orejas de soplillo. Su padre era una tortita y
su madre un crêpe. Los tres vivían en una tarta de ocho pisos con 10 chimeneas
por las que salía siempre humo. A Juan le gustaba mucho bañarse en la fondue de
chocolate. Juan tenía 11 años. Era bueno de corazón, chistoso, amable, y jugaba
bien al futbombón.
Juan tenía
una Napolitana (coche) y su padre un Croisantín (moto), ambos de color regaliz
(rojo), pero Juan iba al cole en una barra de pan (autobús). El cole era un
roscón de Reyes muy grande y hueco. Juan era bueno en clase, y tenía muchos
amigos: Miguel, una galleta salada de chocolate blanco que era capaz de
multiplicar mogollón de billones por mogollón de billones, era una galleta
buena en Mates, perdón: bueeeeeeeníiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisima; Fer, que era como
Miguel, pero Fer era de chocolate negro y un parabalonazos en futbombón. Livia,
que era una galleta dulce de mermelada, sacaba notas
bueeeeeeeeeeeeeeeníiiiiiiiiiiiiiiiiisimaaaaaaaas. Y Mario, que había sido una
galleta pero de pequeñín le pegaron unos puñetazos y ahora era una rosquilla de
vainilla.
Era un día
muy caluroso de julio, el primer día de vacaciones de verano. El campo estaba
seco, las flores marchitas, y olía a chamusquina. Por la chamuscada acera
caminaban Juan, Fer, Miguel, Mario y Livia, con sus camisetas de hielo. Iban a
casa de Juan a planear lo que harían en la playa, porque Juan les había
invitado a ir con él. Cuando por fin salieron, el maletero de la Napolitana
estaba lleno de cubos, palas, etc., incluso llevaban los manguitos de Miguel.
Iban todos
muy contentos cuando, a mitad de camino, hubo un problema, bueno: un
graaaaaaaaaaaaaaaaan problema, y es que se les había acabado la chocogasolina y
se habían quedado parados en medio de un bosque.
Los niños
estaban asustados y los padres de Juan intentaron calmarlos. Cuando ya estaban
todos un poco más tranquilos empezaron a pensar soluciones. Pensaron que podrían
esperar hasta que pasara algún coche, pero era un camino muy poco transitado y
no pasó ninguno. También se les ocurrió ir andando a una chocogasolinera, pero
estaban muy lejos de cualquiera. ¡Estaban atrapados! Y en el bosque de los
animales más golosos del mundo, y de las brujas más malvadas: ¡las brujitas de
jengibre!
Las
extrañas criaturas del bosque no tardaron en aparecer y empezaron a amenazar a
los viajeros con que los iban a mojar en la salsa máaaaaaaaaaaaaaaaaaaas
asquerosa del mundo. Intentaron coger a Mario, pero él se movía de tal forma
que siempre se colaban por su agujero de rosquilla. A Juan le querían ¡¡quitar
los ojos!! Mientras, Miguel saltó encima de los bollitos rellenos de maldad que
querían atraparlo. Los bombones-balones habían escogido a Fernando, y se
lanzaron contra él con muchíiiiiiiiiiiiiiiiiiiisima fuerza, como si todos ellos
fuesen un bombón de futbombón. Fernando los paró todos, todos,
¡todiíiiiiisimos! A Livia la perseguían unos huevos Kinder con calaveritas de
juguete dentro… ¡le querían quitar toda su mermelada! pero como ella era muy
inteligente y sacaba muy buenas notas, hizo unos cálculos y los esquivó.
Cada niño
hizo su parte y, gracias a ello, al final, lograron derrotar a todas las
criaturas, obligando a las brujitas a que les vendieran la chocogasolina de sus
escobas. Por fin pudieron llegar a la playa y sobra decir que se lo pasaron…
¡¡SUPERMEGAEXTRABIEN!!