sábado, 23 de junio de 2012

CUÁNTO CUENTO - LA CLASE LIVIA Y SUS AMIGOS (por Livia, Juan y Fernando)


       Érase una vez una clase de 4º que se llamaba Livia (o eso ponía en el radiador). Livia era de color cremita y blanco, tenía muchos pósters, cuadros y corchos. También tenía 26 pupitres y una mesa muy grande de la profesora. Le gustaba mucho que los niños y la profesora la cuidaran. Siempre estaba contenta, pero a veces se aburría.

      Tenía cuatro amigos que se llamaban Fernando, la persiana que siempre resistía el sol o el frío; Miguel, el armario, que tenía muchos chichones porque siempre le daban golpes; Mario, que era la bola del mundo, al que pocas veces usaban porque preferían usar al mapa, Juan, puesto que estaban dando las comunidades y muchas cosas más, y además Juan era de España y de Salamanca.

        Una mañana lluviosa de marzo, en la que no había casi nadie por la calle, los niños estaban atendiendo a Raquel, que era la profesora. Livia se estaba aburriendo. Miguel estaba cerrando y abriendo sus puertas. Juan estaba cansado de que le dieran con una regla para señalarle, primero el ombligo, que para los niños era Madrid, y luego otras partes haciéndole cosquillas.

          De pronto, a las 10:14, se oyó un ruido como de una explosión. Había sucedido en Diego, que era otra clase como Livia. Sonó la sirena de incendios. Mario, del susto, se cayó y empezó a rodar. Los niños intentaron salir, pero la puerta se había atascado. Raquel abrió la ventana, aunque no funcionó, porque Fer estaba dormido y enroscado como un tronco. La pizarra parecía estar ardiendo ¡se estaban asfixiando!

        Raquel no tuvo más remedio que despertar a Fer. Se desenroscó y Raquel se arriesgó a saltar por la ventana. Livia no se tenía en pie del susto. Se iba a derrumbar la parte sur del cole. Juan ya estaba echando humo por las orejas, y Mario parecía una castaña asada. Fernando estaba tan tranquilo y, a la vez, tan nervioso: tenía un lado acalorado y el otro helado.

   Los niños estaban muy asustados, hacía un calor horrible y se estaban asfixiando y nadie sabía qué hacer.

      Al fin, Livia tuvo una idea: que los niños cogieran a Juan y Mario y se metieran en Miguel, el armario, hasta que llegaran los bomberos y apagaran el fuego. Así lo hicieron y, cuando salieron, no vieron ya fuego, sólo a los bomberos y a Livia medio destruida. Fer estaba chamuscado.

      Los niños se fueron muy tristes, pero, al día siguiente, se pusieron muy contentos al verlo todo mágicamente arreglado.

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